Manos a la obra entre las ruinas de Pisco, una ciudad arrasada
Carolina Brunstein PISCO ENVIADA ESPECIAL
Se respira polvo. Todo es tierra seca. Las máquinas excavadoras empezaron a llegar y trabajan para terminar de demoler lo poco que quedó en pie en Pisco, la ciudad peruana más golpeada por el terremoto del miércoles pasado. Se las ve frente a la Plaza de Armas y en calles laterales. Levantan escombros y van derribando, de a poco, las débiles paredes de adobe que resistieron al feroz remezón. En algunos días tal vez ya no quede nada. Sólo esta tierra pálida, que lo cubre todo.
Seis días después del violento sismo de 7,9 grados en la escala de Richter, esta ciudad que tenía unos 130.000 habitantes está arrasada. Se ven retazos de paredes, que en pocas horas seguramente se habrán convertido, literalmente, en polvo. Al mediodía el sol castiga y no hay nada que haga sombra.
"¡Ojo con los postes! ¡Si se cae uno tira a los demás, con los cables!", advierte el ingeniero Jorge Miranda al operario que maneja una excavadora. Un grupo de militares cierra el paso. La ciudad está acordonada: el trabajo de las máquinas incrementó el peligro de nuevos derrumbes. Y, para peor, siguen las réplicas del terremoto. Ayer se sintió una con bastante fuerza a primera hora de la tarde. Van casi 500 desde el miércoles.
Miranda, un argentino que vive en Lima desde hace varios años, es administrador de la constructora G y M, una de las más grandes de Perú, que se sumó, como otras empresas privadas, a las tareas de limpieza y remoción de escombros en las ciudades de la región de Ica, la más golpeada por el sismo.
"Estamos construyendo, entre Chincha y Cañete (a unos 20 kilómetros de Pisco) la nueva planta de licuación de gas de Camisea. Y ante el desastre, a pedido del presidente Alan García, trajimos trabajadores a colaborar con las tareas", explica a Clarín, mientras da instrucciones a los operarios.
La escena se repite en otras calles. Hay más policías y militares que en los días anteriores. Ya casi no quedan pobladores. Sólo algunos terminan de sacar cosas del interior de lo que fueron sus casas.
En medio de una calle alguien acomodó un mueble de madera oscura y un juego de tazas que sobrevivió. Se ven montañas de basura entre la tierra, cáscaras de mandarina y de banana. En algunos lugares es más fuerte el olor a podrido.
Frente a la Plaza de Armas, un centenar de hombres y mujeres, con remeras rojas y cascos blancos, gritan "Pisco, presente". Tienen palas, picos o escobas. Algunos piden agua. Son habitantes de esta ciudad y alrededores, y se convirtieron de pronto en obreros contratados por el Estado, en el marco del plan "Construyendo Perú". Así, el Ministerio de Trabajo dará empleo en la reconstrucción a los pobladores que perdieron lo poco que tenían.
Para presentar este plan estuvo ayer aquí el presidente García, quien expresó su compromiso de "trabajar con cada familia hasta que la ciudad esté reconstruida y quede como monumento de lo que puede hacer el Perú ante los desastres".
En total, 8.200 personas recibirán 14 soles por día (lo mismo en pesos argentinos) para trabajar en la limpieza de esta zona, explicó a esta enviada el responsable del plan en Pisco, Héctor Núñez.
"Es poca la ganancia, pero es algo. Yo perdí mi casa, estoy viviendo a la intemperie, y ya no puedo trabajar", dice Miguel Vega, un taxista que ahora, pala en mano, levantará escombros.
En tanto, los familiares de Miguel Molinero, un cordobés que vivía en Pisco, están tratando de ubicarlo, ya que no saben nada de él desde el día del terremoto. Dos de sus hermanos viajaron desde Córdoba a Lima para buscarlo, según contó su cuñada, María Tur.
El misterio de las latas de atún
Latas de atún con las caras de Hugo Chávez y el líder opositor peruano, Ollanta Humala, fueron repartidas en los barrios populares de Pisco y Chincha, entre las víctimas del terremoto. "Ante los saqueos, bloqueos, desesperación y caos. Solidaridad con nuestros compatriotas", rezan las etiquetas. Alan García acusó que hacer política con alimentos es de mal gusto. Y tanto Humala como Chávez desmintieron tener algo que ver con los enlatados, y calificaron la cuestión como "una canallada de una mente enferma".