La matanza desatada en Kenia en las últimas semanas amenaza con arrojar al país africano a las zonas de aquel continente sumergidas en guerras que amenazan la propia existencia de sus Estados nacionales.
Esta ola de violencia se inició a partir de una fallida competencia electoral y las acusaciones de fraude en los comicios controlados por el presidente Mwai Kibaki, quien se postuló para la reelección frente al candidato opositor Raila Odinga. Como ambos líderes representan a grupos étnicos diferentes, los enfrentamientos en las calles derivaron en una escalada de choques de características tribales.
En el panorama geopolítico del Africa negra, Kenia había llegado a ser un modelo de construcción estatal-nacional luego de la descolonización. Pero la Posguerra Fría no dejó de ocasionar estragos sobre sus pueblos, al quedar éstos sometidos a los juegos de poder territorial de facciones armadas y señores de la guerra. Y esto, en regiones con grandes riquezas naturales y poblaciones sumidas en la pobreza extrema.
En ese contexto, las fuerzas y tendencias democratizadoras, que también se desarrollaron en los últimos años, corren el riesgo de ser ahogadas en extendidos baños de sangre ante la impotencia de la comunidad internacional.
La extrema inequidad económica y la diversidad étnica del país desdibujan así la marcha hacia una democracia pluralista, transformada en otra antesala del infierno. La comunidad internacional puede contribuir a crear condiciones más favorables en el fragmentado país africano.
Las matanzas en Kenia muestran que las tendencias democratizadoras desarrolladas en Africa en los últimos años corren el peligro de ser ahogadas en baños de sangre ante la impotencia de la comunidad internacional.