Panamá, 13 de septiembre de 2003
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La revolución de los ‘patos malos’

Jóvenes marginados de Santiago mezclan el saqueo a comercios en las manifestaciones con sentimientos revolucionarios

Ramy Wurgaft

SANTIAGO DE CHILE. –La última vez que una patrulla uniformada se atrevió a entrar en La Pintana, los “patos malos”, como se hace llamar un grupo de chicos de este barrio, atraparon a los agentes, los despojaron de sus armas y para mayor escarnio los hicieron caminar desnudos por mitad de la vía.

Por un momento pensé que me ocurriría lo mismo, ya que estos adolescentes aborrecen tanto a la prensa como a la Policía; un dato que ignoraba cuando me acerqué a hablarles en medio de los disturbios que provocaron frente al campus de la Universidad de Chile, en el centro de Santiago. Los estudiantes de esta institución habían convocado a un mitin para exigir que los militares den a conocer el paradero de los desaparecidos y que se designe una de las calles adyacentes a la sede presidencial de La Moneda con el nombre de Salvador Allende.

El acto transcurría pacíficamente hasta que llegó un camión con un engañoso letrero que decía «mudanzas». Del vehículo se bajaron una veintena de jóvenes, armados con tubos de hierro y piedras. Supuestamente venían a sumarse a la movilización universitaria, pero en vez de eso, rompieron las vitrinas de una farmacia y la despojaron de toda su perfumería.

Picado por la curiosidad me acerqué a observar de cerca la escena del pillaje. Al principio, los atracantes no supieron cómo reaccionar ante el trofeo de caza –¡un periodista!– que habían obtenido sin mover un dedo. Creo que mi desatino los desarmó tanto que, después de una breve consulta, prometieron que no me lastimarían si les acompañaba.

Sin embargo, para no estropear su fama de patos malos, unos cuantos me hicieron subir a empujones al camión. Los demás se quedaron para seguir peleando con las brigadas antidisturbios. Según me enteré más tarde, los pobres estudiantes tuvieron que replegarse junto con sus reivindicaciones, en medio de una nube de gas lacrimógeno.

La Pintana es un distrito de gente trabajadora que se gana el sustento prestando todo tipo de servicios en los suburbios de lujo que se extienden a los pies de la cordillera. En el breve periodo en que gobernó la izquierda, la mayoría trabajaba en el cinturón industrial que rodea Santiago, donde además de manejar las máquinas adquirían conciencia de clase. Por esta razón, La Pintana fue una de las poblaciones más castigadas por la dictadura y el sentimiento de humillación e impotencia se sigue transmitiendo de una generación a otra.

El camión se detuvo frente a una vivienda de ladrillos tan humilde como las del resto del vecindario. Rodolfo, el chaval que antes me había empujado, me condujo amablemente a una habitación donde sus amigos escuchaban sentados en el suelo a Sexual Democracia, un conjunto hip-hop que compone música de protesta. De los altavoces brotaba un torrente de improperios contra el presidente Ricardo Lagos, por traicionar los ideales del socialismo y ofrecer el trasero a los yanquis.

«Esta es la música que nos pone en onda para combatir», explicó Rodolfo. Es difícil hilvanar una conversación con quienes han consumido una dosis de hachís capaz de hacer volar a un elefante. Pero tampoco hace falta que estén lúcidos para saber quién les motiva. En las paredes se confunden retratos del Che Guevara, Allende, Hitler y Osama bin Laden.

Mis anfitriones no trabajan por no servir de lacayos a los señoritos del barrio alto y no estudian porque el sistema los transformaría en esclavos. Tampoco leen los periódicos, pues los enfurecen los titulares que los acusan de aprovecharse de las movilizaciones para robar y de producir, en la calle y en los estadios de fútbol, un clima tan caótico como sus propias vidas. Me piden que les retrate tal como querrían ser: los últimos revolucionarios que quedan en un país de cobardes.

«La gente que va a las manifestaciones se parece a un rebaño de corderos. ¿Dónde se había visto, en la época de Allende o hasta en la dictadura, que los carabineros tuvieran amaestrados a los manifestantes?», dice Rodolfo.

En las poblaciones de La Hermida, La Pincoya y La Bandera –donde la bota de la dictadura también dejó su huella– hay bandas similares a las de La Pintana. Según expertos, en el gran Santiago el fenómeno de la marginación juvenil abarca a unos 200 mil individuos. Las autoridades tienen razones para pensar que esta legión confluirá en el sector comercial, destrozando y saqueando todo lo que encuentren a su paso. «¿27 mil agentes van a desplegar para el día 11? Que sea un millón; que vengan a matarnos con tanques y con aviones. Igualmente, nosotros no tenemos nada que perder», concluye Rodolfo cuando ya he abordado el taxi que me llevará de regreso a un apacible barrio donde los jóvenes estudian o trabajan ordenadamente.

The New York Times Syndicate


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