Sábado | 23.04.2005
 

PANORAMA INTERNACIONAL

Ecuador: ¿primer "Estado fallido" en Sudamérica?





El desplazamiento de otro presidente ecuatoriano más, proyecta una advertencia grave sobre las democracias de la región.



Oscar Raúl Cardoso. Ocardoso@clarin.com



Una fuente oficial segura de la Argentina narró, sobre el fin de semana, el escepticismo con que el Gobierno recibió el reemplazo del presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez por su vice, Alfredo Palacio, luego del más reciente golpe de estado civil producido en América latina.

Las consultas entre las diplomacias del hemisferio estaban a la orden del día y mientras algunos gobiernos parecían proclives a reconocer al nuevo poder en Quito de modo inmediato, otros —entre ellos el Departamento de Estado en Washington— aconsejaban contra el apresuramiento.

De acuerdo con el relato, el presidente Néstor Kirchner se inclinó por esta última variante y hasta acotó respecto del médico cardiólogo que sucedió a Gutiérrez: "Este es otro Rodríguez Saá", en obvio paralelo con la breve experiencia de interinato de "El Adolfo", luego de la estrepitosa caída de Fernando de la Rúa a fines del 2001.

No está claro si Kirchner conoce lo suficiente sobre la realidad ecuatoriana como para hacer ese pronunciamiento, pero lo cierto es que su instinto político parece no haberlo engañado. La "nueva institucionalidad" ecuatoriana está viciada de precariedad.

El médico sexagenario que barajó la papa caliente de Ecuador es una figura tan extraña al mundo político de su país como alguna vez lo fue su predecesor, un antiguo coronel ingeniero de pasado golpista, y carece de base de sustento propia. Sus primeros pasos esgrimiendo los atributos del cargo fueron erráticos: ratificó la vigencia de la dolarización de la economía de su país —el dólar es la moneda del reino desde enero del 2000— y acto seguido designó al economista Rafael Correa como ministro del rubro, alguien que se ha desgañitado criticando las consecuencias de la renuncia al sucre (la anterior moneda nacional) y la relación del país con los siempre asfixiantes organismos de crédito internacional.

No solo en esto Palacio parece intentar caminar en direcciones opuestas a un tiempo: uno de los primeros pronunciamientos de la nueva administración fue una advertencia al gobierno estadounidense para que no injiriese en los asuntos internos del Ecuador.

Y luego procedió a enviar urgentemente una delegación oficial a Washington para explicar allí que nada hay de antinorteamericano en la nueva situación en Quito. Lo de Palacio recuerda tempranamente, sin duda, cierta incertidumbre y hasta alguna excentricidad ocurridas en la Argentina durante los fugaces días de la Presidencia de Rodríguez Saá.

Más aun: Palacio y el puntano ex presidente tienen en común haber sido elegidos por Congresos cuyos miembros apelaron a ellos en medio del incendio y sin mayor entusiasmo. Respecto de las sublevaciones civiles que eyectaron a sus antecesores, los legisladores nacionales de entonces en Buenos Aires y de este presente en Quito tienen sobre las espaldas una condena popular no menos gravosa que las que no pudieron soportar De la Rúa y Gutiérrez.

En el caso de Ecuador hay, además, cierto tufillo de inconstitucionalidad: sobre 100 legisladores tan sólo 62 votaron la separación de Gutiérrez y le aplicaron una previsión constitucional —la de presunto abandono de las funciones— que parece pegada a la crisis con la precariedad de la saliva.

¿Pero qué hay de las causas menos visibles que culminaron en la asonada civil? En esto los paralelos se quedan cortos. Ecuador proyecta sobre América latina una advertencia grave que, las democracias de la región hacen de todo por ignorar desde hace bastante tiempo. Y lo están haciendo a cuenta y riesgo de la salud futura del sistema institucional.

En la información aparece planteado el intento de Gutiérrez por manipular la conformación de la Corte Suprema y una reacción de la sociedad frente a este escándalo. También se le imputan acusaciones de autocracia en ciernes, pero esto es más difícil de probar para con un gobierno que no fue, por ninguna medida racional, una dictadura sangrienta.

Ecuador es, sin embargo, y asombrosamente, un tinglado en el que se entrecruzan casi como farsa muchos de los males que se pueden rastrear a otras de las democracias de última generación.

En los últimos tiempos se había convertido en la última de las niñas mimadas de los propulsores del neoliberalismo —estos cacareaban sin cesar un crecimiento del 6% o 7%— , renunció a su moneda de un modo más taxativo que la Argentina de la convertibilidad en los 90 y eligió en el 2003 a un militar populista que muchos comparaban, insensatamente, con Hugo Chávez pero que luego se convertiría más en un émulo doctrinario de Carlos Menem que del venezolano.

Y por si esto fuese poco —siguiendo la novel tradición de las figuras de la "nueva política latinoamericana" aquellas que vienen de ámbitos no convencionales— Gutiérrez se dedicó a instalar una suerte de contra rosca a la de los políticos tradicionales; con Alvaro Noboa —un magnate bananero, su opositor en las elecciones— y "el loco" Abdalá Bucaram, ex presidente expulsado por insanía.

Ah sí... y a todo esto hay que sumarle obviamente la pobreza casi intolerable que tiene atrapada a la mayoría de la población, algo que ni la democracia, ni la dolarización ni los brillos estadísticos ni el petróleo —principal recurso ecuatoriano, representa el 45% de sus exportaciones— han logrado atenuar.

Hay más para la reflexión. El escenario ecuatoriano es particularmente sensible porque en teoría política es casi lo que se denomina "Estado fallido". Desde 1996 ha tenido siete presidentes, cuatro de los cuales no han podido concluir su mandato. Además suma el signo de su inestabilidad a uno más amplio, el de la región andina. La crisis recrudece en Bolivia para Carlos Mesa y en Perú muchos pronostican un ocaso similar para Alejandro Toledo.

Por eso Kirchner puede haberse equivocado aun en el acierto con su comparación instantánea. Lo de Ecuador es más que una crisis nacional determinada; es también el contrasentido de acumulación de injusticia y su correlativo, el descontento popular, un mal del que ninguno de los países de la región está realmente a salvo.

Copyright Clarín, 2005.


¿GOLPE DE ESTADO CIVIL O MOVILIZACION POPULAR? SEMANA DE PROTESTAS Y ENFRENTAMIENTOS EN QUITO. (Foto: EFE)




Copyright 1996-2005 Clarín.com - All rights reserved
Directora Ernestina Herrera de Noble | Normas de confidencialidad y privacidad