Quito en abril: los forajidos derrotan al coronel

Mario Unda[1]

 

Los hechos

 

Ecuador, abril de 2005. La rebelión de los forajidos[2]. Lucio Gutiérrez se convierte en el tercer presidente echado del cargo a raíz de fuertes movilizaciones sociales. Antes fue Jamil Mahuad, en enero de 2000 (en un hecho en el que, ironías de la historia, el propio Gutiérrez apareció como protagonista, respaldando en ese entonces al movimiento indígena). Y antes que él había sido Abdalá Bucaram, en febrero de 1997.

 

Quito, abril de 2005. Durante ocho días, desde el miércoles 13 hasta el miércoles 20, la democracia bajó a las calles y a las plazas… y a las ondas de la radio. Fueron ocho días intensos. Movilizaciones masivas, encuentros de pequeños grupos, asambleas, cacerolazos, música. Fueron ocho días en que la gente recuperó la voz y habló por sí misma. Radio La Luna abrió sus canales para que cada quien dijera su opinión: llamadas telefónicas, pacientes esperas a las puertas de la radio. Días en los que la gente cuestionó a los partidos, a los políticos, a las instituciones. En los que se criticaba a las formas tradicionales de representación. Recuperada la voz, la gente pugnaba por recuperar también su condición de sujeto decidor y decisor.

 

Las elecciones, el intento de destitución de Gutiérrez y la ofensiva del coronel

 

En octubre de 2004 se realizaron elecciones para renovar los gobiernos municipales y provinciales. Los partidos tradicionales salieron gananciosos: el Partido Socialcristiano (PSC, derecha) retuvo la alcaldía de Guayaquil y la prefectura del Guayas, y obtuvo algunos avances en la costa ecuatoriana, a expensas fundamentalmente del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE). La Izquierda Democrática (ID, socialdemócrata) retuvo la alcaldía de Quito y la prefectura de Pichincha, y ganó la alcaldía de Cuenca y la prefectura del Azuay.

 

La izquierda, aunque en conjunto no se presentó firmemente como opción independiente, obtuvo algunos éxitos (el Movimiento Popular Democrático, MPD, ganó la alcaldía y la prefectura de Esmeraldas; Pachakutik retuvo entre otras las alcaldías de Cayambe, Cotacachi y Otavalo, retuvo la prefectura de Cotopaxi y ganó la de Chimborazo; incluso el Partido Socialista, PS-FA, logró un puñado de autoridades electas). No en las ciudades ni provincias más pobladas, pero que, en cualquier caso, le permitían mantener una presencia no despreciable en el mapa político electoral. Todo sea dicho: en las principales plazas de la sierra, la izquierda respaldó las candidaturas del centro.

 

El Partido Sociedad Patriótica (PSP, de Gutiérrez) logró un magro respaldo, de alrededor del 5% del electorado, obteniendo algunos triunfos en plazas pequeñas, en general con alianzas variopintas. También magro fue el respaldo obtenido por el Partido Renovador Institucionalista de Acción Nacional (PRIAN, de Álvaro Novoa, que había sido candidato presidencial en las dos últimas elecciones, en la primera de ellas auspiciado por el PRE[3]). El PRE experimentó un retroceso electoral.

 

Las elecciones, como siempre, son una prueba de fuerza, y el gobierno había perdido la pulseada. Magros y preocupantes resultados: poco antes Gutiérrez se había reunido en Panamá con Bucaram, y se rumoraba que allí se habría pactado el regreso del exiliado ex-presidente[4]. Los partidos tradicionales, el PSC y la ID, secundados por Pachakutik, retomaron entonces un viejo proyecto: la destitución de Gutiérrez. Se argumentaba que en la campaña había recibido donaciones de partidos políticos mexicanos y taiwaneses, lo que está prohibido por la legislación electoral. Lo curioso es que se lanzaron a la aventura sin contar con los votos suficientes en el congreso. Eso fue aprovechado por el gobierno, que, juntando fuerzas con el PRE y con el PRIAN, y obteniendo el “cambio de camisetas” de un grupo de diputados, convirtió su minoría parlamentaria en mayoría y pasó a la ofensiva abierta a partir del 8 de diciembre. Primero, haciendo uso de una sui generis lectura de la constitución, defenestró a los ministros jueces de la Corte Suprema de Justicia (que tenía una mayoría del PSC y la ID) y nombró otros provenientes de sus filas. En seguida, hizo lo propio con el Tribunal Constitucional y con el Tribunal de Garantías Constitucionales. En enero, finalmente, coronó su esfuerzo con la presidencia del Congreso. En esta mayoría, y beneficiándose de los nuevos repartos, estaban el MPD y el partido socialista.

 

Se había producido un cambio en la correlación de fuerzas. Y el conflicto era una pugna entre dos grupos de poder, una pugna inter-oligárquica, como decimos por acá, entre un sector que había venido controlando los aparatos de Estado casi desde el inicio del “retorno a la democracia” en 1979, y otro que pugnaba por reemplazarlo, ambos vinculados con poderosos intereses económicos. La izquierda, bueno, la izquierda se había dividido, escogiendo sumarse unos al grupo tradicional (Pachakutik), otros al grupo emergente (MPD y PS-FA). Si en las elecciones la presencia independiente de la izquierda se había debilitado, ahora se diluía por entero. Nunca como ahora, a lo largo de estos 25 años y pico de democracia, había mostrado de modo tan evidente y total su cara oportunista.

 

Los intentos de la oposición institucional y los afanes por recuperar la independencia

 

La nueva mayoría gobiernista se motejaba de “institucional”; también institucional era la oposición. E institucional era asimismo el campo de batalla. Todo se movía en el Congreso, alrededor de las cortes y de los tribunales. Era un juego dentro del mismo campo, entre quienes han venido constituyendo el establishment[5] por un lado, y por otro los advenedizos.

 

Pero la oposición controlaba también los municipios más importantes del país, y una vez que todos los intentos parlamentarios se mostraron vanos, los gobiernos locales se convirtieron en puntales de la ofensiva opositora. En enero, el municipio de Guayaquil encabezó una marcha reclamando “el retorno al estado de derecho” y la destitución de la “corte espúmea”. Un mes después, Quito repitió la historia. Y al poco tiempo, Cuenca también.

 

Fue también este el momento de la “sociedad civil de arriba”[6]. Un conjunto de ONGs (también proyectos con financiamiento por ejemplo del BID) y grupos de profesionales jóvenes de clases medias y media-altas –o más– salieron a la palestra cuestionando la legalidad y legitimidad del nombramiento, sobre todo de la nueva Corte Suprema de Justicia. Su discurso se movía también en el marco de la institucionalidad, incluso aquellos que la cuestionaban, y de la recuperación de la dignidad, un elemento que habría de cobrar importancia decisiva en los días siguientes.

 

Ahora bien: Gutiérrez había enlazado su ofensiva con un discurso (tramposamente) anti-oligárquico. Según él, se trataba de enfrentar al poder de la oligarquía encarnado en el PSC y en Febres Cordero, democratizando instancias estatales que hasta entonces habían estado secuestradas por ellos. De este modo, logró empatar con sentimientos populares arraigados; no en vano después de su jugada respecto a la corte subieron significativamente sus índices de aceptación hasta cerca de un 30%. Por una parte, porque, efectivamente Febres y su grupo venían manejando la justicia a su gusto, utilizándola también como instrumento contra sus adversarios políticos[7]; porque efectivamente la ID había construido parte de su poder en el estado sobre la base del acuerdo con el PSC; porque por otro lado, el gobierno de Febres Cordero (1984-1988) dejó sentimientos de oposición muy fuertes, sobre todo en la sierra, y específicamente en Quito. Pero lo que no se decía (y no decían tampoco los flamantes aliados izquierdistas del gobierno) era que en la alianza de Gutiérrez no se encontraba “el pueblo”: estaba… otro sector de la oligarquía. Álvaro Novoa, el magnate del banano; el entorno de Bucaram, con fuertes vínculos con el comercio y la banca; y también, de algún modo, las nuevas fortunas que se iban levantando en medio de la polvareda de los escándalos de corrupción[8].

 

Dos fracciones oligárquicas que se habían caracterizado por un manejo autoritario: basta recordar la represión desatada por Febres Cordero y los crímenes extrajudiciales so pretexto de la “lucha antisubversiva”; basta recordar la prepotencia y el maltrato que en el gobierno de Bucaram sufrieron periodistas y mujeres, y su intento de destruir el sindicalismo público y dividir al movimiento indígena. Ejemplos que estaba siguiendo Gutiérrez: espionaje, amedrentamiento, atentados, por un lado; por otro, ataques a los sindicatos y renovados intentos de destruir al movimiento indígena.

 

Así, pues, una pugna entre dos sectores de la clase dominante, cada uno de los cuales se adornaba con una fracción de la izquierda. Un sector de la izquierda, oponiéndose a Gutiérrez, cerraba los ojos al hecho de que defendía a la oligarquía del establishment. El otro sector de la izquierda, por oponerse a la fracción oligárquica que había controlado el estado hasta ahora, cerraba los ojos al hecho de que contribuía a fortalecer un proyecto populista autoritario, tan oligárquico como el otro.

 

Una pugna inter-burguesa que por de pronto se jugaba el control del aparato estatal, y detrás de ello ciertamente el acceso a, o la posibilidad de, los recursos del Estado y los negocios vinculados con la acción o con la decisión estatal. Una pugna que ocurría “allá arriba”, en las alturas de la institucionalidad, lejos de las posibilidades de ingerencia del común, e incluso simplemente de su conocimiento. Una pugna, en fin, que se asentaba por entero en las rasgaduras de la sociedad ecuatoriana: la regional, la clasista, la socio-institucional.

 

Y quizás por todo ello, aparentemente, las cosas continuaban moviéndose de modo exclusivo por los cauces institucionales. Sin embargo, las marchas de Quito y Cuenca mostraron dos cambios significativos. En Quito, porque la dirección política de la marcha fue rebasada por el sentimiento de los participantes: mientras los organizadores y voceros de la Asamblea de Quito pregonaban que el objetivo no era sacar al presidente, una parte significativa de los asistentes llenó el aire con los gritos de “Fuera Lucio”. Cuando el alcalde, igual que había sucedido en Guayaquil, llamó a la gente a abandonar tranquilamente la plaza y retirarse a sus casas, el malestar comenzó a extenderse de un modo que entonces no alcanzó a comprenderse plenamente. Por otra parte, la presencia de aquellas “nuevas caras” implicaba aún otro cambio: la participación activa de grupos de jóvenes.

 

En Cuenca pasó algo similar, pero por otros motivos. Por una parte, porque aquí se hicieron evidentes más temprano las pugnas al interior de la oposición entre el alcalde y el prefecto, que disputaban abiertamente por el liderazgo (lo mismo habría de evidenciarse después también en Quito). Por otro lado porque, a iniciativa de organismos de derechos humanos y de monseñor Luna, se reunió previamente una asamblea que buscaba posicionar un tercer bloque, opuesto a Gutiérrez pero alejado de la oposición tradicional. Como este sector participó también en la marcha, esta se convirtió, más que en Quito, en un escenario donde confluían y se enfrentaban sentidos distintos de oposición.

 

En los días siguientes, estos intentos de recuperar una oposición independiente se trasladarían a Quito, y la CONAIE, el Frente Unitario de Trabajadores y otras organizaciones sociales, sobre todo de jóvenes, darían los primeros pasos para intentar la conformación de un polo alternativo. Pero los propios movimientos sociales estaban atravesando momentos de debilidad y de crisis, y no tenían posibilidades de motivar por sí solos una movilización de masas suficiente como para contraponerse a las de la oposición del establishment político, o incluso a las contramarchas que el gobierno organizaba recurriendo a los más burdos manejos de clientela. A pesar de esa debilidad, era un signo, uno más, de los cambios que se estaban operando.

 

Mientras tanto, otros hechos se habían presentado: el presidente de la Corte, un allegado a Bucaram, declaró la nulidad de los procesos en su contra, así como de aquellos que se le seguían a Alberto Dahik, ex vicepresidente (1992-1995) y a Gustavo Noboa, ex- presidente (2000-2002). Los tres, exilados en Panamá, Costa Rica y República Dominicana, iniciaron su regreso al país. Acorde a su afición por el show, el retorno de Bucaram fue el más espectacular. Todas estas providencias empeoraron la imagen de una corte elegida de modo poco constitucional, y deslegitimaron aún más al gobierno, por lo menos en la sierra y particularmente en Quito. Por todo eso, el viraje que se produce el 13 de abril.

 

A partir del 13 ya es otro cuento

 

¿Cuál es el cambio producido a partir del 13 de abril? De hecho fueron varios cambios, que tomaron distintos rumbos y se encontraron en algún punto. En las calles y en “Fuera Lucio”.

 

Para el 13 de abril estaba previsto un paro provincial en Pichincha. De hecho, era parte de un ¿plan? que pretendía la simultaneidad de paros locales contra el gobierno central. Pero a medida que se acercaba el día, se hacía evidente que no había un acuerdo que permitiera una manifestación realmente fuerte de oposición. Las cámaras empresariales de Quito estaban divididas: mientras la cámara de Comercio anunció que se plegaba al paro, la de industrias manifestaba su crítica al gobierno y su oposición a “paralizar la producción”. Tampoco la Asociación de Bancos Privados se sumó a la medida. En el PSC se notaron también titubeos cuando el alcalde de Guayaquil anunció que esa ciudad no se paralizaría, pero que sí realizaría una “caravana motorizada” (y eso permitió evidenciar las disputas por el liderazgo en el PSC entre el alcalde Nebot y el ex-presidente y diputado Febres Cordero). Aún al interior de la ID las fisuras delataban debilidad: algunos alcaldes de ese partido anunciaron movilizaciones, pero no se plegaron a paro alguno; y en Quito eran visibles las distancias entre Moncayo y González. El alcalde llegó a decir, en vísperas de aquel 13, que si el Congreso resolvía el problema de la Corte, el paro no debería realizarse. El Congreso, claro, no resolvió nada, y el paro se hizo.

 

Pero el paro fue un fracaso. Paralizar, no paralizó casi nadie. Ese miércoles se reunieron dos grupos relativamente pequeños, cada cual por su lado. De una parte, quienes se sintieron convocados por el municipio y el consejo provincial. De otra parte quienes se sintieron convocados por el polo alternativo, o se encontraron con él por el camino. Tres grupos, tal vez: en la mitad, quienes no se sentían llamados ni por uno ni por otro, pero que podían igual encontrarse con cualquiera de los dos. Las dos o tres pequeñas marchas y protestas no se encontraron nunca, ni física ni espiritualmente. La imagen más clara de esta desconexión fue la pifia que recibieron Moncayo y González cuando, al acercarse las marchas en medio de nubes de gases lacrimógenos que con tanta generosidad se dispararon esos días, la marcha de la oposición institucional se refugió en el Consejo Provincial.

 

De todas maneras, las protestas durante el día y la tarde fueron de escasa repercusión, casi confinadas en las pocas cuadras existentes entre los parques de El Ejido y La Alameda y en sus alrededores. Así que iban transcurriendo las horas, una cierta desazón se extendía en las calles –y un júbilo triunfalista en la casa de gobierno. Más que todo eso había, sin embargo.

 

En la tarde del 13 Gutiérrez “agradeció al pueblo de Quito” por desestimar el llamado al paro, dando a entender que era él quien tenía el respaldo popular y no sus detractores. Fue una mala apreciación. Había un descontento grande, pero sus canales de expresión ya no podían ser los trabados por la oposición institucional. Y ese es tal vez el primer elemento llamativo de estas jornadas de abril: la auto-convocatoria. Fracasadas la intermediaciones de los partidos y de las instituciones locales, la convocatoria y la dirección fueron articulándose desde abajo, espontáneamente. Una mujer llamó muy molesta a radio La Luna y propuso que la gente manifestara su protesta contra el gobierno después del trabajo. En seguida llamó otra mujer y propuso que esa protesta fuera mediante un “cacerolazo”.

 

Así empezó todo, y esa continuó siendo la tónica. Fue un movimiento bastante concentrado en Quito. En otras ciudades se realizaron marchas y manifestaciones (Ibarra, Machala, Loja, Riobamba, Cuenca…), pero no tuvieron la misma envergadura. Fue también un movimiento en el que participaron mayoritariamente las clases medias.

 

La política volvió a las calles, y los cacerolazos se propagaron por muchos barrios de la ciudad. La gente salía a protestar ya entrada la tarde y en la noche –noches de lunas y de hogueras. Después del cacerolazo vino el tablazo, y vino el reventón, y vino el rollazo, y vino el pitazo. Porque las iniciativas de la gente fueron muchas en los 7 días que duró el conflicto.

 

El viernes 15 apareció un nuevo elemento que caldeó los ánimos: el gobierno decretó el estado de emergencia exclusivamente para Quito. En el mismo decreto se tomaba la atribución de cesar a la corte suprema de justicia (atribución que, de acuerdo con la constitución, no le compete). Quizás pretendía con eso calmar los ánimos en la capital, pero no consiguió su objetivo. El fin de semana las manifestaciones no se detuvieron.

 

Para el martes, una nueva llamada a La Luna propuso realizar una gran marcha desde La Carolina, el parque más grande de la ciudad, situado en la zona norte. La movilización fue multitudinaria. El diario El Comercio consideraba que fue la manifestación más numerosa que se haya realizado en Quito en los últimos 25 años. La marcha fue repelida con una andanada de gases lacrimógenos, más tóxicos que lo usual. Un periodista chileno, afincado en el Ecuador desde la época pinochetista, perdió la vida. Los ánimos fueron subiendo de tono. Las protestas continuaron hasta altas horas de la madrugada.

 

Mientras, las fuerzas gobiernistas anunciaron que llegarían a Quito contingentes de la costa y de la amazonía para “defender la democracia”. Eso comenzó a ocurrir el miércoles 20. Nuevamente la gente reaccionó de modo espontáneo para tratar de frenar el avance de los buses que los trasladaban.

 

Los sentidos de la movilización

 

Entonces, un movimiento que se iba construyendo a partir de las iniciativas que la gente tomaba y compartía. Empezó en las ondas de una radio, pero luego ese método se extendió y se trasladó a otros lugares: universidades, grupos culturales y artísticos, barrios. Era encontrarse, dialogar y hacer.

 

Pero dialogar entre iguales, pues así se hizo también la dirección del movimiento. La gente llamaba a la radio, se comunicaba a través de la radio. La radio fue un espacio de encuentro y de debate, de proposiciones y de toma de decisiones. Por fin la gente se movía sin la tutela del partido o del municipio, sin el liderazgo de los líderes.

 

Y hubo así un fuerte cuestionamiento a las representaciones. La gente se descubrió no-representada. No se trataba sólo del presidente y del Ejecutivo. Por eso, después del “Fuera Lucio” vino el “Fuera todos”. Ese sentimiento acabó arrastrando también a los representantes recién elegidos o reelegidos apenas en octubre: alcalde, prefecto, concejales… todos perdieron legitimidad, y la ciudadanía se los hizo saber en la calle.

 

El rechazo a ser representado se extendió también dentro del propio movimiento. No se veía con buenos ojos que algún grupo pretendiera aparecer como abanderado de todos, máxime si en el camino no había estado presente. Tampoco se veía con beneplácito que algún sector hablara en las asambleas a nombre de todos. Se trataba de reclamar, de buscar, de intentar construir auto-representación.

 

Auto-representación. Quizás este haya sido uno de los sentidos más fuertes expresados en la movilización. Auto-representación: eso muestra, simplemente, que la gente ya no se siente representada. “¡Fuera todos!”. Así que, detrás de esta inconformidad con los representantes, necesariamente debe venir la inconformidad con las formas de la representación. No es sólo que los diputados ya no reflejan los intereses y las expectativas de la ciudadanía. Es el Congreso lo que no marcha. Por eso se busca pensar en otras formas de representación: “Asambleas populares”, entonces[9].

 

Por esta vía, el cuestionamiento a la representación es también un cuestionamiento a las instituciones. ¡Qué curioso!: todo este tiempo, las izquierdas y los movimientos sociales no han cesado en su empeño por acceder a las instituciones, y de repente se descubre que la gente no cree más en ellas. No es algo nuevo: las así llamadas “instituciones democráticas” se encuentran desde hace rato bajo la mirada crítica de la población.

 

Es que las instituciones se han ido alejando cada vez más de la gente del común. Por una parte, porque son prácticamente asaltadas por quienes hacen del ejercicio de la política un vulgar asalto del Estado y un reparto del botín a los ojos de todo el mundo; corrupción, que le dicen. Pero por otro lado, porque también ha sido evidente cómo el Estado se ha convertido en instrumento dócil a los intereses particulares de los grandes capitales. Por una vía y por otra, las “instituciones democráticas” han devenido ajenas, y la conciencia social ha logrado descubrirlo[10].

 

Así como las instituciones “democráticas” caen en desgracia, también pasa lo mismo con las instituciones de intermediación. Los partidos en primer lugar, claro. Los “independientes”, en seguida[11]. “Fuera todos”. Pero también otras intermediaciones salieron fuertemente golpeadas de esa semana: los medios de comunicación. La televisión casi no se enteró de lo que iba ocurriendo hasta los últimos días, y eso parcialmente. Cuando las cámaras acertaban a pasar por los sitios de la protesta, eran recibidas al grito de “Prensa corrupta”. La radio estuvo más en sintonía con la movilización. Pero el papel importante jugado por radio La Luna no debe confundirnos: casi puede decirse que fue una excepción.

 

La representación, las instituciones: por lo tanto, la democracia. Esta democracia, representativa, es por consiguiente ajena, es meramente de formas, es de mentiras. Los ciudadanos aspiran a otra cosa, a otra democracia, a una que esté más en sintonía con el común. Hay que inventarla, y siempre que hay movilización se despierta la inventiva. Por lo tanto, la gente siente que puede inventar otra democracia, inventarla y ponerla a funcionar.

 

La representación, las instituciones, la democracia. Así que es la política la que está en cuestión. Y está en cuestión de un modo por entero democrático. Ya no es el asco por la política, no es el discurso anti-político. Ahora la gente puede reivindicar la política para sí. Decía una señora en radio La Luna: “Estamos felices porque estamos haciendo política, y no es la política de los politiqueros”. La gente común se ha descubierto haciendo política, y haciéndola por sí misma, sin intermediaciones, sin representaciones impostoras. Se ha descubierto recreando la política desde lo social, rebasando en los hechos la falaz división entre lo social y lo político.

 

Aún hay más. De un modo no tan extendido, otro aspecto salió a flote con fuerza: la soberanía. Un cierto sentido antiimperialista se dejó traslucir: “No queremos, y no nos da la gana de ser una colonia norteamericana”. El fantasma del Plan Colombia, la base norteamericana en Manta, el TLC, la intromisión evidente de la embajadora estadounidense en cada aspecto medianamente importante de la política nacional.

 

También en el plano de los actores hay cosas para resaltar: la presencia masiva de las mujeres, la participación activa de los jóvenes; después de muchos años, pueden verse ahora claras posibilidades de reconstrucción de movimientos juveniles. Pero también la participación de las familias, la presencia de niños y de ancianos.

 

Ahora bien, estos sentidos ya estaban presentes, de una o de otra manera, en las anteriores movilizaciones. En el 2001, en el 2000, en 1997… y más atrás aún en las huelgas de 1981 a 1983, especialmente en las de 1982. Así, pues, existe una continuidad en las movilizaciones, aunque distintos sectores sociales las hayan producido o encabezado, aunque las demandas iniciales hayan sido diferentes en cada caso.

 

Por supuesto: una movilización así de masiva y espontánea no puede tener un único sentido, ni sentidos de una sola clase. Fue un movimiento heterogéneo, variopinto, incluso contradictorio. Diríamos más: justamente el peso preponderante de las clases medias lo volvió aún más contradictorio.

 

Hemos resaltado estos elementos, que apuntan en un sentido claro de resistencia y de renovación. Pero también hubieron de los otros, los conservadores, incluso reaccionarios: la conciencia media expresó también cierto racismo, incluso racismo social, hubieron también discursos antipolíticos, se reprodujeron comportamientos jerárquicos, de sustitución de la multitud en movimiento por pequeños grupos, se presentaron sentimientos anti-izquierdistas; acá tuvimos también a nuestros propios “antichavistas”[12].

 

Creemos, no obstante, que estos últimos elementos no fueron los que mayoritariamente se expresaron en el conjunto de la movilización. Pero muestran con claridad que los forajidos, así, en bloque, son un espejismo creado por la propia movilización. Lo real son los sentidos contrapuestos que ellos expresaron.

 

Soluciones que nada solucionan

 

Gutiérrez cae por fin el miércoles 20 de abril, tras una semana de intensa movilización social. Cae a pesar de sus últimos intentos desesperados: cesar a la Corte Suprema de Justicia, solicitar públicamente a Bucaram que abandone el país, despedir al subsecretario de Bienestar Social; patadas de ahogado. Cae en medio de un peligroso enfrentamiento civil, generado por su afán de protegerse del pueblo utilizando como escudo a otro sector de pueblo. Las escaramuzas en los puntos de entrada a la capital se trasladaron, andado el día, a las inmediaciones del Ministerio de Bienestar Social: la televisión mostró allí imágenes de personas que disparaban armas de fuego contra los manifestantes tanto desde el edificio del ministerio cuanto desde la calle; y todo esto bajo la pacífica mirada de la policía.

 

Pero seamos claros: Gutiérrez cae el momento en que, hacia el mediodía, el comando conjunto de las Fuerzas Armadas anuncia que ha decidido “retirarle al apoyo”. La movilización fue importante, pero demasiado localizada, demasiado dispersa, demasiado carente de organización como para por sí misma destronar al “dictócrata”[13].

 

Ya no estamos en dictadura, llevamos más de 25 años de democracia. Y sin embargo los militares continúan siendo el voto dirimente. Ha sido así en cada crisis política seria, independientemente de cómo se haya resuelto: a favor o en contra de los gobernantes. Hurtado, en 1982, se quedó con el auxilio militar. Febres contó también con su cobertura (y con la de la policía). Noboa también se sostuvo en ellas en el 2001. Otra fue la suerte, en cambio de Bucaram, de Mahuad y, ahora de Gutiérrez. Por lo tanto, han sido los militares los que, en cada caso, terminaron imponiendo la sucesión. No ha de ser casualidad que tanto Gustavo Noboa (vicepresidente de Mahuad en el momento de su caída) como Alfredo Palacio (hasta recién nomás vicepresidente de Gutiérrez) hayan prestado juramento en el ministerio de Defensa.

 

La otra gran electora ha sido siempre la embajada norteamericana. Fue así cuando Bucaram y cuando Mahuad. Volvió a ser así cuando Gutiérrez. Aún no se sabe bien cuál ha sido su papel en esta ocasión, aunque ya habrá de saberse algún día. Mas vale recordar que la embajadora se reunió con Gutiérrez a puerta cerrada en la mañana del mismo día 20. Y vale recordar también que, más tarde, promovieron el aislamiento del gobierno de Palacio (usando a la OEA) hasta que se desdijera de las “apresuradas” declaraciones en torno al ALCA y al Plan Colombia, lo que ocurrió tras una reunión con la embajadora imperial. Entonces todo volvió a la calma.

 

En las crisis anteriores el Congreso había jugado un papel relevante (o así parecía). Esta vez su actuación fue del todo formal, absolutamente secundaria, sancionando aquello que ya había ocurrido. Cuando el Congreso declara cesante al presidente por presunto “abandono de cargo”, Gutiérrez ya estaba caído.

 

Ahora bien, los actores que fijaron el libreto de la solución a la crisis política son actores del establishment y de sus soportes. Qué de raro puede tener, entonces, que en los días sucesivos el Congreso se dedicara exclusivamente a componer el nuevo reparto de los poderes del estado, un reparto que devolviera el control a la alianza PSC-ID; un reparto quizás un poco más equitativo que al comienzo del gobierno, pero sustancialmente lo mismo. Para ellos, eso había sido todo, ese había sido el único fin de lo ocurrido: solucionar el conflicto inter-burgués, y contenerlo dentro de las mismas instituciones. Si eso no coincide con el espíritu de la gente que se manifestó, pues… qué importa.

 

Porque es claro: no había un solo conflicto. En estos días salieron a la luz dos conflictos diferentes. Uno enfrentaba a dos bloques diferentes de las clases dominantes. El otro enfrenta a la mayoría de la sociedad con este sistema político de dominación. La solución del uno no tiene nada que ver con la solución del otro. Eso ha ocurrido en las crisis anteriores, que expresaban, de otro modo, la misma coincidencia temporal de ambas conflictividades. Por ello la cuestión de fondo ha quedado siempre irresuelta, y vuelve a saltar un poco más tarde, un poco más allá. Tal vez en distintos escenarios, tal vez con distintos actores. Pero la obra, en su raíz, es la misma.

 

Los dos conflictos pueden expresarse al mismo tiempo, en el mismo lugar, pero no son iguales, ni tienen mucha conexión entre ellos. No son iguales: al contrario, se contradicen, se repelen. El conflicto entre los sectores dominantes, conflicto económico y político, puede resolverse –todavía– en el ámbito y por las vías de las instituciones. Sobre todo, puede resolverse sin generar demasiados sobresaltos en la forma de dominación y en el régimen político. No es un conflicto profundo, no cuestiona los fundamentos, sino que solamente dirime el sector que obtendrá la parte del león en los repartos[14].

 

El otro conflicto cuestiona justamente las formas en que esa dominación política se produce; es decir, cuestiona, así sea de modo indirecto, también la dominación de clase. Cuestiona, más propiamente, la hegemonía de la clase dominante. Y, como hemos visto, ya no apunta solamente al predominio de uno u otro de los sectores dominantes en pugna. “¡Fuera todos!” puede parecer ambiguo y difuso, pero es un enorme avance. En sus momentos de mayor expresión (es decir, de mayor movilización social) rebasa por completo y sin empacho los canales institucionales, busca otras vías, otras construcciones de la política.

 

Creemos que esto seguirá. Esta dualidad se ha instalado para rato. El empuje social no fue esta vez tampoco suficiente para limpiar la casa. Pero ocurre que los grupos dominantes (económicos y políticos) no alcanzan a comprender la profundidad de lo que está en juego; creen que lo único que importa es aquello que a veces los divide y a veces los hermana. Así que la resolución institucional, casi circense, no está en capacidad de cerrar efectivamente el conflicto y superarlo. Sólo revela que esta institucionalidad de estas clases dominantes no puede ya subsumir duraderamente en sus conflictos internos los enteros conflictos sociales.



[1] Sociólogo, investigador del Centro CIUDAD, Quito, Ecuador.

[2] “Forajidos” fue el término, él esperaba que demoledor, utilizado por Gutiérrez para referirse a un pequeño grupo de manifestantes que improvisó un escrache frente a la casa en que vivían su esposa y sus hijas. A través de la radio, la gente se apropió del término: “Yo también soy forajido”, “Todos somos forajidos”. Gutiérrez, sin saberlo ni quererlo, contribuyó a cohesionar la identidad de la movilización.

[3] Noboa fue presidente de la Junta Monetaria del gobierno de Bucaram.

[4] Abdalá Bucaram, elegido presidente en 1996, había sido defenestrado en febrero de 1997 en medio de multitudinarias manifestaciones en todo el país, luego de haber concitado una oposición que abarcaba prácticamente todo el espectro político y social. Las lenguas memoriosas no dejaban de mencionar que Gutiérrez había sido entonces edecán de Bucaram.

[5] La caracterización de la oposición PSC-ID como la representación del establishment político se la escuché a Franklin Ramírez en un conversatorio.

[6] Según la definición de François Houtart (Hacia una sociedad civil globalizada: la de abajo o la de arriba; en www.lafogata.org/debate/aiz_hacia.htm). De algún modo en el mismo sentido Ramírez habla de la “alta sociedad civil”.

[7] Como tuvo ocasión de comprobar el ex-presidente Noboa (2000-2002), quien debió huir a República Dominicana. Si había o no razones puramente legales, eso es otra cosa.

[8] A propósito de esto, Milton Benítez trajo a colación el término otrora acuñado por Gunder Frank: la lumpenburguesía.

[9] Pero ocurre que también el presidencialismo es puesto bajo la lupa. ¿Será el parlamentarismo una vía de salida institucional a esta crisis, con la poca o nula legitimidad que tiene hoy el Congreso?

[10] Hace no mucho tiempo hicimos una encuesta en tres cantones, en la costa, en la sierra y en la amazonía. Una muy amplia mayoría, entre el 70 y el 80%, consideraba que la democracia “funciona sólo para los ricos y poderosos”.

[11] En el Ecuador, hasta hace unos años, sólo se podía ser candidato si se era auspiciado por un partido político. El descrédito de los partidos hizo creer que la solución era permitir la participación de los no afiliados a partido alguno, los independientes. Pero los partidos continuaron ganando las elecciones, y los “independientes” en realidad se crearon a partir de las deserciones interesadas de algunos diputados, que abandonaban sus partidos para pactar con los gobiernos de turno a cambio de puestos y otras prebendas.

[12] Ya desde las marchas de Quito y Guayaquil a inicios de año se manifestaron voces que identificaban a Gutiérrez con Chávez: se oponían a Gutiérrez “para que no nos ocurra como a Venezuela”. El equívoco es interesado o ignorante, por supuesto.

[13] Término utilizado por el propio Gutiérrez. Según su leal saber y entender, significaba que era dictador para la oligarquía y demócrata para el pueblo.

[14] Puede parecer anecdótico, pero Álvaro Noboa, líder del PRIAN, está emparentado con diputados y dirigentes del PRE, del PSC y de la ID.