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Abril 23 de 2005
Así triunfó la ‘revolución de los forajidos’ en Ecuador

El enviado de EL TIEMPO recorrió paso a paso los vericuetos de la caída del presidente Lucio Gutiérrez, en medio de la crisis.

Cuando el miércoles pasado,  poco antes del mediodía, los empleados  y algunos militares recibieron la orden de retirar del techo del palacio presidencial de Carondelet las macetas y las antenas de televisión para improvisar allí un helipuerto, la suerte del presidente Gutiérrez ya estaba echada.

De su despacho acababa de salir la embajadora de Estados Unidos, Cristie Kenny, que, según el diario Expreso, le pidió que retirara las fuerzas de choque que se enfrentaban en las calles con los manifestantes, y que diera paso a la sucesión presidencial. No es claro si Gutiérrez, para ese entonces, ya había tomado la decisión de irse del palacio.

Lo cierto, es que el jefe de la Casa Militar ya había puesto en marcha el plan de evacuación, un procedimiento de emergencia que se aplica a todos los mandatarios cuando la situación lo exige. Sin embargo, había una esperanza para el Presidente: Los militares aún estaban con él. Eso, al menos, creía él. Igual, pasara lo que pasara, el helicóptero venía en camino.

El comienzo del fin de la era de Lucio Gutiérrez en Ecuador se inició el pasado viernes 15 de abril. En esa noche despejada, presionado por las manifestaciones populares, decidió cesar la Corte Suprema de Justicia que un Congreso afín a su Gobierno había nombrado. En el mismo paquete de anuncios, que fue transmitido en cadena para todo el país, también decretó el estado de emergencia para Quito, una decisión que fue apoyada por  el Alto Mando Militar.

Eso a los quiteños les rebosó la copa. Por eso se invistieron de ‘forajidos’, calificativo que les dio el mismo presidente Gutiérrez cuando se iniciaron las marchas, salieron a las calles de manera masiva coordinados por la radio La Luna y armaron un cacerolazo tan fuerte que al día siguiente el mandatario suspendió el decreto de emergencia. Pero eso no calmó a las multitudes que saltaron a las calles sábado, domingo, lunes y martes.

Ese día, la cita fue a las 5 de la tarde en la Cruz del Papa, un lugar de encuentro habitual de los quiteños en recuerdo de la visita de Juan Pablo II en 1985. Al principio se calculó que eran 5 mil, luego 10 mil. Las alarmas se prendieron en palacio hasta el punto de que el comité de crisis envió un helicóptero para medir la dimensión de la protesta. A las 7:30 p.m., cuando ya eran 100 mil los manifestantes, se le ordenó a la fuerza pública reprimir la protesta. Un fotógrafo chileno quedó muerto en el piso.

Los ‘forajidos’ avanzaron sin importarles la fuerte represión que policías y militares desataron con gases lacrimógenos. A eso de la una de la madrugada del miércoles los ‘forajidos’ se marcharon a sus casas bajo la premisa de que de día se trabajaba y de noche se protestaba.

Pero ese muerto, y los varios heridos y contusos quedaron en la memoria de la gente y una amenaza los hizo volver a las calles en la mañana del miércoles. Se anunció que 100 buses venían de diferentes lugares del país a “ser guardianes del palacio y la Constitución”.

A esa hora de la mañana, el rumor existente era que el Presidente estaba dispuesto a disolver el Congreso, que en el edificio de la CIESPAL, un centro académico, confabulaba para cesarlo. Cuando la embajadora estadounidense, tras dos horas de reunión, salió del despacho presidencial y miles de manifestantes estaban de nuevo en las calles en cercanías de Carondelet, sucedió lo que, se dice en Quito, fue el puntillazo final para Gutiérrez.

 A las 11 de la mañana el comandante general de la Policía, Jorge Poveda, presentó su renuncia. “Después de lo acontecido ayer y hoy  no puedo seguirme prestando para ser testigo del enfrentamiento entre el pueblo ecuatoriano. Espero que esta crisis en que se encuentra empantanada nuestra nación por la irresponsabilidad política, por la falta de tino, se cauterice”, dijo.

Le falló la última carta...

Entre tanto, en una rueda de prensa con la prensa extranjera, el entones vicepresidente y hoy Presidente, Alfredo Palacio, anunció que el alto mando militar podría reconsiderar su apoyo a Gutiérrez... El mandatario quiso jugarse una última carta. Confiado en el apoyo del ejército, envió a su ministro de Gobierno, Oscar Ayerve, a anunciar que conminaría al ex presidente Abdalá Bucaram a salir del Ecuador. Pero casi en simultanea, desde el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, el contralmirante Víctor Rosero dijo que él y sus hombres le daban la espalda al Presidente.

Desde ese momento, la policía y las fuerzas armadas dejaron de combatir a los manifestantes, que lograron llegar a la Plaza de la Independencia y a Carondelet. Solo un anillo de seguridad se instaló para proteger al palacio y cubrir la salida de Gutiérrez, mientras el ejército desalojaba a empleados y personal administrativo de la sede de gobierno.

Todo estaba consumado para el Presidente. Lucio subió al helicóptero que lo esperaba en el techo de Carondelet. Al parecer estaba acompañado por su hermano, el diputado Gilmar Gutiérrez y también por su primo el ex parlamentario Renán Borbúa. Su destino era el aeropuerto donde lo esperaba un avión privado, pero la información se filtró a través de Radio La Luna, y cientos de manifestantes se enrumbaron hacia el terminal, invadieron la pista y clausuraron las operaciones aéreas.

Ante ese panorama, el helicóptero se desvió hacia la base militar Las Balvinas, cerca de la capital. Según el diario El Comercio, allí los dos hermanos tuvieron que saltar un muro para escapar y luego fueron recogidos por un auto Suzuki blanco. A miles de kilómetros de allí, en Brasil, el canciller ecuatoriano Patricio Zuquilanda participaba en la cumbre de cancilleres que buscan definir la Comunidad Suramericana de Naciones.

Cuando se enteró de lo que estaba sucediendo en Quito, tuvo que cambiar su misión: conseguirle asilo al Presidente. Por eso, el Suzuki blanco regresó a Quito, a la casa del embajador de Brasil. Borbúa debe estar en Guayaquil y la mayoría de los quiteños exhibe una sentimiento de satisfacción patriótica entre pecho y espalda porque la ‘revolución de las forajidos’ finalmente trunfó.

EDUARD SOTO
Enviado Especial de EL TIEMPO
QUITO


 

 



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