Quito en abril: los forajidos derrotan al coronel
Mario
Unda[1]
Los hechos
Ecuador, abril
de 2005. La rebelión de los forajidos[2].
Lucio Gutiérrez se convierte en el tercer presidente echado del cargo a raíz de
fuertes movilizaciones sociales. Antes fue Jamil Mahuad, en enero de 2000 (en
un hecho en el que, ironías de la historia, el propio Gutiérrez apareció como
protagonista, respaldando en ese entonces al movimiento indígena). Y antes que
él había sido Abdalá Bucaram, en febrero de 1997.
Quito, abril de 2005.
Durante ocho días, desde el miércoles 13 hasta el miércoles 20, la democracia
bajó a las calles y a las plazas… y a las ondas de la radio. Fueron ocho días
intensos. Movilizaciones masivas, encuentros de pequeños grupos, asambleas,
cacerolazos, música. Fueron ocho días en que la gente recuperó la voz y habló
por sí misma. Radio La Luna abrió sus canales para que cada quien dijera su
opinión: llamadas telefónicas, pacientes esperas a las puertas de la radio.
Días en los que la gente cuestionó a los partidos, a los políticos, a las
instituciones. En los que se criticaba a las formas tradicionales de
representación. Recuperada la voz, la gente pugnaba por recuperar también su
condición de sujeto decidor y decisor.
Las elecciones, el intento de destitución de Gutiérrez
y la ofensiva del coronel
En octubre de
2004 se realizaron elecciones para renovar los gobiernos municipales y
provinciales. Los partidos tradicionales salieron gananciosos: el Partido
Socialcristiano (PSC, derecha) retuvo la alcaldía de Guayaquil y la prefectura
del Guayas, y obtuvo algunos avances en la costa ecuatoriana, a expensas
fundamentalmente del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE). La Izquierda
Democrática (ID, socialdemócrata) retuvo la alcaldía de Quito y la prefectura
de Pichincha, y ganó la alcaldía de Cuenca y la prefectura del Azuay.
La izquierda,
aunque en conjunto no se presentó firmemente como opción independiente, obtuvo
algunos éxitos (el Movimiento Popular Democrático, MPD, ganó la alcaldía y la
prefectura de Esmeraldas; Pachakutik retuvo entre otras las alcaldías de
Cayambe, Cotacachi y Otavalo, retuvo la prefectura de Cotopaxi y ganó la de
Chimborazo; incluso el Partido Socialista, PS-FA, logró un puñado de
autoridades electas). No en las ciudades ni provincias más pobladas, pero que,
en cualquier caso, le permitían mantener una presencia no despreciable en el
mapa político electoral. Todo sea dicho: en las principales plazas de la
sierra, la izquierda respaldó las candidaturas del centro.
El Partido
Sociedad Patriótica (PSP, de Gutiérrez) logró un magro respaldo, de alrededor
del 5% del electorado, obteniendo algunos triunfos en plazas pequeñas, en
general con alianzas variopintas. También magro fue el respaldo obtenido por el
Partido Renovador Institucionalista de Acción Nacional (PRIAN, de Álvaro Novoa,
que había sido candidato presidencial en las dos últimas elecciones, en la
primera de ellas auspiciado por el PRE[3]).
El PRE experimentó un retroceso electoral.
Las elecciones,
como siempre, son una prueba de fuerza, y el gobierno había perdido la
pulseada. Magros y preocupantes resultados: poco antes Gutiérrez se había
reunido en Panamá con Bucaram, y se rumoraba que allí se habría pactado el
regreso del exiliado ex-presidente[4].
Los partidos tradicionales, el PSC y la ID, secundados por Pachakutik,
retomaron entonces un viejo proyecto: la destitución de Gutiérrez. Se
argumentaba que en la campaña había recibido donaciones de partidos políticos
mexicanos y taiwaneses, lo que está prohibido por la legislación electoral. Lo
curioso es que se lanzaron a la aventura sin contar con los votos suficientes
en el congreso. Eso fue aprovechado por el gobierno, que, juntando fuerzas con
el PRE y con el PRIAN, y obteniendo el “cambio de camisetas” de un grupo de
diputados, convirtió su minoría parlamentaria en mayoría y pasó a la ofensiva
abierta a partir del 8 de diciembre. Primero, haciendo uso de una sui generis lectura de la constitución,
defenestró a los ministros jueces de la Corte Suprema de Justicia (que tenía
una mayoría del PSC y la ID) y nombró otros provenientes de sus filas. En
seguida, hizo lo propio con el Tribunal Constitucional y con el Tribunal de
Garantías Constitucionales. En enero, finalmente, coronó su esfuerzo con la
presidencia del Congreso. En esta mayoría, y beneficiándose de los nuevos
repartos, estaban el MPD y el partido socialista.
Se había
producido un cambio en la correlación de fuerzas. Y el conflicto era una pugna
entre dos grupos de poder, una pugna inter-oligárquica, como decimos por acá,
entre un sector que había venido controlando los aparatos de Estado casi desde
el inicio del “retorno a la democracia” en 1979, y otro que pugnaba por
reemplazarlo, ambos vinculados con poderosos intereses económicos. La
izquierda, bueno, la izquierda se había dividido, escogiendo sumarse unos al
grupo tradicional (Pachakutik), otros al grupo emergente (MPD y PS-FA). Si en
las elecciones la presencia independiente de la izquierda se había debilitado,
ahora se diluía por entero. Nunca como ahora, a lo largo de estos 25 años y
pico de democracia, había mostrado de modo tan evidente y total su cara
oportunista.
Los intentos de la oposición institucional y los
afanes por recuperar la independencia
La nueva mayoría
gobiernista se motejaba de “institucional”; también institucional era la
oposición. E institucional era asimismo el campo de batalla. Todo se movía en
el Congreso, alrededor de las cortes y de los tribunales. Era un juego dentro
del mismo campo, entre quienes han venido constituyendo el establishment[5]
por un lado, y por otro los advenedizos.
Pero la
oposición controlaba también los municipios más importantes del país, y una vez
que todos los intentos parlamentarios se mostraron vanos, los gobiernos locales
se convirtieron en puntales de la ofensiva opositora. En enero, el municipio de
Guayaquil encabezó una marcha reclamando “el retorno al estado de derecho” y la
destitución de la “corte espúmea”. Un mes después, Quito repitió la historia. Y
al poco tiempo, Cuenca también.
Fue también este
el momento de la “sociedad civil de arriba”[6].
Un conjunto de ONGs (también proyectos con financiamiento por ejemplo del BID)
y grupos de profesionales jóvenes de clases medias y media-altas –o más–
salieron a la palestra cuestionando la legalidad y legitimidad del nombramiento,
sobre todo de la nueva Corte Suprema de Justicia. Su discurso se movía también
en el marco de la institucionalidad, incluso aquellos que la cuestionaban, y de
la recuperación de la dignidad, un
elemento que habría de cobrar importancia decisiva en los días siguientes.
Ahora bien:
Gutiérrez había enlazado su ofensiva con un discurso (tramposamente) anti-oligárquico.
Según él, se trataba de enfrentar al poder de la oligarquía encarnado en el PSC
y en Febres Cordero, democratizando instancias estatales que hasta entonces
habían estado secuestradas por ellos. De este modo, logró empatar con
sentimientos populares arraigados; no en vano después de su jugada respecto a
la corte subieron significativamente sus índices de aceptación hasta cerca de
un 30%. Por una parte, porque, efectivamente Febres y su grupo venían manejando
la justicia a su gusto, utilizándola también como instrumento contra sus
adversarios políticos[7];
porque efectivamente la ID había construido parte de su poder en el estado
sobre la base del acuerdo con el PSC; porque por otro lado, el gobierno de
Febres Cordero (1984-1988) dejó sentimientos de oposición muy fuertes, sobre
todo en la sierra, y específicamente en Quito. Pero lo que no se decía (y no
decían tampoco los flamantes aliados izquierdistas del gobierno) era que en la
alianza de Gutiérrez no se encontraba “el pueblo”: estaba… otro sector de la
oligarquía. Álvaro Novoa, el magnate del banano; el entorno de Bucaram, con
fuertes vínculos con el comercio y la banca; y también, de algún modo, las
nuevas fortunas que se iban levantando en medio de la polvareda de los
escándalos de corrupción[8].
Dos fracciones
oligárquicas que se habían caracterizado por un manejo autoritario: basta
recordar la represión desatada por Febres Cordero y los crímenes
extrajudiciales so pretexto de la “lucha antisubversiva”; basta recordar la
prepotencia y el maltrato que en el gobierno de Bucaram sufrieron periodistas y
mujeres, y su intento de destruir el sindicalismo público y dividir al
movimiento indígena. Ejemplos que estaba siguiendo Gutiérrez: espionaje,
amedrentamiento, atentados, por un lado; por otro, ataques a los sindicatos y
renovados intentos de destruir al movimiento indígena.
Así, pues, una
pugna entre dos sectores de la clase dominante, cada uno de los cuales se
adornaba con una fracción de la izquierda. Un sector de la izquierda,
oponiéndose a Gutiérrez, cerraba los ojos al hecho de que defendía a la
oligarquía del establishment. El otro
sector de la izquierda, por oponerse a la fracción oligárquica que había
controlado el estado hasta ahora, cerraba los ojos al hecho de que contribuía a
fortalecer un proyecto populista autoritario, tan oligárquico como el otro.
Una pugna inter-burguesa
que por de pronto se jugaba el control del aparato estatal, y detrás de ello
ciertamente el acceso a, o la posibilidad de, los recursos del Estado y los
negocios vinculados con la acción o con la decisión estatal. Una pugna que
ocurría “allá arriba”, en las alturas de la institucionalidad, lejos de las
posibilidades de ingerencia del común, e incluso simplemente de su conocimiento.
Una pugna, en fin, que se asentaba por entero en las rasgaduras de la sociedad
ecuatoriana: la regional, la clasista, la socio-institucional.
Y quizás por
todo ello, aparentemente, las cosas continuaban moviéndose de modo exclusivo
por los cauces institucionales. Sin embargo, las marchas de Quito y Cuenca
mostraron dos cambios significativos. En Quito, porque la dirección política de
la marcha fue rebasada por el sentimiento de los participantes: mientras los
organizadores y voceros de la Asamblea de Quito pregonaban que el objetivo no
era sacar al presidente, una parte significativa de los asistentes llenó el
aire con los gritos de “Fuera Lucio”. Cuando el alcalde, igual que había
sucedido en Guayaquil, llamó a la gente a abandonar tranquilamente la plaza y
retirarse a sus casas, el malestar comenzó a extenderse de un modo que entonces
no alcanzó a comprenderse plenamente. Por otra parte, la presencia de aquellas
“nuevas caras” implicaba aún otro cambio: la participación activa de grupos de
jóvenes.
En Cuenca pasó
algo similar, pero por otros motivos. Por una parte, porque aquí se hicieron
evidentes más temprano las pugnas al interior de la oposición entre el alcalde
y el prefecto, que disputaban abiertamente por el liderazgo (lo mismo habría de
evidenciarse después también en Quito). Por otro lado porque, a iniciativa de
organismos de derechos humanos y de monseñor Luna, se reunió previamente una
asamblea que buscaba posicionar un tercer bloque, opuesto a Gutiérrez pero
alejado de la oposición tradicional. Como este sector participó también en la
marcha, esta se convirtió, más que en Quito, en un escenario donde confluían y
se enfrentaban sentidos distintos de oposición.
En los días
siguientes, estos intentos de recuperar una oposición independiente se
trasladarían a Quito, y la CONAIE, el Frente Unitario de Trabajadores y otras
organizaciones sociales, sobre todo de jóvenes, darían los primeros pasos para
intentar la conformación de un polo alternativo.
Pero los propios movimientos sociales estaban atravesando momentos de debilidad
y de crisis, y no tenían posibilidades de motivar por sí solos una movilización
de masas suficiente como para contraponerse a las de la oposición del establishment político, o incluso a las
contramarchas que el gobierno organizaba recurriendo a los más burdos manejos
de clientela. A pesar de esa debilidad, era un signo, uno más, de los cambios
que se estaban operando.
Mientras tanto,
otros hechos se habían presentado: el presidente de la Corte, un allegado a
Bucaram, declaró la nulidad de los procesos en su contra, así como de aquellos
que se le seguían a Alberto Dahik, ex vicepresidente (1992-1995) y a Gustavo
Noboa, ex- presidente (2000-2002). Los tres, exilados en Panamá, Costa Rica y
República Dominicana, iniciaron su regreso al país. Acorde a su afición por el
show, el retorno de Bucaram fue el más espectacular. Todas estas providencias
empeoraron la imagen de una corte elegida de modo poco constitucional, y deslegitimaron
aún más al gobierno, por lo menos en la sierra y particularmente en Quito. Por
todo eso, el viraje que se produce el 13 de abril.
A partir del 13 ya es otro cuento
¿Cuál es el
cambio producido a partir del 13 de abril? De hecho fueron varios cambios, que tomaron
distintos rumbos y se encontraron en algún punto. En las calles y en “Fuera
Lucio”.
Para el 13 de
abril estaba previsto un paro provincial en Pichincha. De hecho, era parte de
un ¿plan? que pretendía la simultaneidad de paros locales contra el gobierno
central. Pero a medida que se acercaba el día, se hacía evidente que no había
un acuerdo que permitiera una manifestación realmente fuerte de oposición. Las
cámaras empresariales de Quito estaban divididas: mientras la cámara de
Comercio anunció que se plegaba al paro, la de industrias manifestaba su
crítica al gobierno y su oposición a “paralizar la producción”. Tampoco la
Asociación de Bancos Privados se sumó a la medida. En el PSC se notaron también
titubeos cuando el alcalde de Guayaquil anunció que esa ciudad no se paralizaría,
pero que sí realizaría una “caravana motorizada” (y eso permitió evidenciar las
disputas por el liderazgo en el PSC entre el alcalde Nebot y el ex-presidente y
diputado Febres Cordero). Aún al interior de la ID las fisuras delataban
debilidad: algunos alcaldes de ese partido anunciaron movilizaciones, pero no se
plegaron a paro alguno; y en Quito eran visibles las distancias entre Moncayo y
González. El alcalde llegó a decir, en vísperas de aquel 13, que si el Congreso
resolvía el problema de la Corte, el paro no debería realizarse. El Congreso,
claro, no resolvió nada, y el paro se hizo.
Pero el paro fue
un fracaso. Paralizar, no paralizó casi nadie. Ese miércoles se reunieron dos
grupos relativamente pequeños, cada cual por su lado. De una parte, quienes se
sintieron convocados por el municipio y el consejo provincial. De otra parte
quienes se sintieron convocados por el polo alternativo, o se encontraron con
él por el camino. Tres grupos, tal vez: en la mitad, quienes no se sentían
llamados ni por uno ni por otro, pero que podían igual encontrarse con
cualquiera de los dos. Las dos o tres pequeñas marchas y protestas no se
encontraron nunca, ni física ni espiritualmente. La imagen más clara de esta
desconexión fue la pifia que recibieron Moncayo y González cuando, al acercarse
las marchas en medio de nubes de gases lacrimógenos que con tanta generosidad
se dispararon esos días, la marcha de la oposición institucional se refugió en
el Consejo Provincial.
De todas maneras,
las protestas durante el día y la tarde fueron de escasa repercusión, casi
confinadas en las pocas cuadras existentes entre los parques de El Ejido y La
Alameda y en sus alrededores. Así que iban transcurriendo las horas, una cierta
desazón se extendía en las calles –y un júbilo triunfalista en la casa de
gobierno. Más que todo eso había, sin embargo.
En la tarde del
13 Gutiérrez “agradeció al pueblo de Quito” por desestimar el llamado al paro,
dando a entender que era él quien tenía el respaldo popular y no sus
detractores. Fue una mala apreciación. Había un descontento grande, pero sus
canales de expresión ya no podían ser los trabados por la oposición
institucional. Y ese es tal vez el primer elemento llamativo de estas jornadas
de abril: la auto-convocatoria. Fracasadas la intermediaciones de los partidos
y de las instituciones locales, la convocatoria y la dirección fueron
articulándose desde abajo, espontáneamente. Una mujer llamó muy molesta a radio
La Luna y propuso que la gente manifestara su protesta contra el gobierno
después del trabajo. En seguida llamó otra mujer y propuso que esa protesta fuera
mediante un “cacerolazo”.
Así empezó todo,
y esa continuó siendo la tónica. Fue un movimiento bastante concentrado en
Quito. En otras ciudades se realizaron marchas y manifestaciones (Ibarra,
Machala, Loja, Riobamba, Cuenca…), pero no tuvieron la misma envergadura. Fue
también un movimiento en el que participaron mayoritariamente las clases
medias.
La política
volvió a las calles, y los cacerolazos se propagaron por muchos barrios de la
ciudad. La gente salía a protestar ya entrada la tarde y en la noche –noches de
lunas y de hogueras. Después del cacerolazo vino el tablazo, y vino el
reventón, y vino el rollazo, y vino el pitazo. Porque las iniciativas de la
gente fueron muchas en los 7 días que duró el conflicto.
El viernes 15
apareció un nuevo elemento que caldeó los ánimos: el gobierno decretó el estado
de emergencia exclusivamente para Quito. En el mismo decreto se tomaba la
atribución de cesar a la corte suprema de justicia (atribución que, de acuerdo
con la constitución, no le compete). Quizás pretendía con eso calmar los ánimos
en la capital, pero no consiguió su objetivo. El fin de semana las
manifestaciones no se detuvieron.
Para el martes,
una nueva llamada a La Luna propuso realizar una gran marcha desde La Carolina,
el parque más grande de la ciudad, situado en la zona norte. La movilización
fue multitudinaria. El diario El Comercio
consideraba que fue la manifestación más numerosa que se haya realizado en
Quito en los últimos 25 años. La marcha fue repelida con una andanada de gases
lacrimógenos, más tóxicos que lo usual. Un periodista chileno, afincado en el
Ecuador desde la época pinochetista, perdió la vida. Los ánimos fueron subiendo
de tono. Las protestas continuaron hasta altas horas de la madrugada.
Mientras, las
fuerzas gobiernistas anunciaron que llegarían a Quito contingentes de la costa
y de la amazonía para “defender la democracia”. Eso comenzó a ocurrir el
miércoles 20. Nuevamente la gente reaccionó de modo espontáneo para tratar de
frenar el avance de los buses que los trasladaban.
Los sentidos de la movilización
Entonces, un
movimiento que se iba construyendo a partir de las iniciativas que la gente
tomaba y compartía. Empezó en las ondas de una radio, pero luego ese método se
extendió y se trasladó a otros lugares: universidades, grupos culturales y
artísticos, barrios. Era encontrarse, dialogar y hacer.
Pero dialogar
entre iguales, pues así se hizo también la dirección del movimiento. La gente
llamaba a la radio, se comunicaba a través de la radio. La radio fue un espacio
de encuentro y de debate, de proposiciones y de toma de decisiones. Por fin la
gente se movía sin la tutela del partido o del municipio, sin el liderazgo de
los líderes.
Y hubo así un
fuerte cuestionamiento a las representaciones. La gente se descubrió
no-representada. No se trataba sólo del presidente y del Ejecutivo. Por eso,
después del “Fuera Lucio” vino el “Fuera todos”. Ese sentimiento acabó arrastrando
también a los representantes recién elegidos o reelegidos apenas en octubre:
alcalde, prefecto, concejales… todos perdieron legitimidad, y la ciudadanía se
los hizo saber en la calle.
El rechazo a ser
representado se extendió también dentro del propio movimiento. No se veía con
buenos ojos que algún grupo pretendiera aparecer como abanderado de todos,
máxime si en el camino no había estado presente. Tampoco se veía con
beneplácito que algún sector hablara en las asambleas a nombre de todos. Se trataba
de reclamar, de buscar, de intentar construir auto-representación.
Auto-representación.
Quizás este haya sido uno de los sentidos más fuertes expresados en la
movilización. Auto-representación: eso muestra, simplemente, que la gente ya no
se siente representada. “¡Fuera todos!”. Así que, detrás de esta inconformidad
con los representantes, necesariamente debe venir la inconformidad con las
formas de la representación. No es sólo que los diputados ya no reflejan los
intereses y las expectativas de la ciudadanía. Es el Congreso lo que no marcha.
Por eso se busca pensar en otras formas de representación: “Asambleas
populares”, entonces[9].
Por esta vía, el
cuestionamiento a la representación es también un cuestionamiento a las instituciones.
¡Qué curioso!: todo este tiempo, las izquierdas y los movimientos sociales no
han cesado en su empeño por acceder a las instituciones, y de repente se
descubre que la gente no cree más en ellas. No es algo nuevo: las así llamadas
“instituciones democráticas” se encuentran desde hace rato bajo la mirada
crítica de la población.
Es que las
instituciones se han ido alejando cada vez más de la gente del común. Por una
parte, porque son prácticamente asaltadas por quienes hacen del ejercicio de la
política un vulgar asalto del Estado y un reparto del botín a los ojos de todo
el mundo; corrupción, que le dicen. Pero por otro lado, porque también ha sido
evidente cómo el Estado se ha convertido en instrumento dócil a los intereses
particulares de los grandes capitales. Por una vía y por otra, las
“instituciones democráticas” han devenido ajenas, y la conciencia social ha
logrado descubrirlo[10].
Así como las
instituciones “democráticas” caen en desgracia, también pasa lo mismo con las
instituciones de intermediación. Los partidos en primer lugar, claro. Los
“independientes”, en seguida[11].
“Fuera todos”. Pero también otras intermediaciones salieron fuertemente
golpeadas de esa semana: los medios de comunicación. La televisión casi no se
enteró de lo que iba ocurriendo hasta los últimos días, y eso parcialmente.
Cuando las cámaras acertaban a pasar por los sitios de la protesta, eran
recibidas al grito de “Prensa corrupta”. La radio estuvo más en sintonía con la
movilización. Pero el papel importante jugado por radio La Luna no debe
confundirnos: casi puede decirse que fue una excepción.
La
representación, las instituciones: por lo tanto, la democracia. Esta democracia, representativa, es por
consiguiente ajena, es meramente de formas, es de mentiras. Los ciudadanos
aspiran a otra cosa, a otra democracia, a una que esté más en sintonía con el
común. Hay que inventarla, y siempre que hay movilización se despierta la
inventiva. Por lo tanto, la gente siente que puede inventar otra democracia,
inventarla y ponerla a funcionar.
La representación,
las instituciones, la democracia. Así que es la política la que está en
cuestión. Y está en cuestión de un modo por entero democrático. Ya no es el
asco por la política, no es el discurso anti-político. Ahora la gente puede
reivindicar la política para sí. Decía una señora en radio La Luna: “Estamos
felices porque estamos haciendo política, y no es la política de los
politiqueros”. La gente común se ha descubierto haciendo política, y haciéndola
por sí misma, sin intermediaciones, sin representaciones impostoras. Se ha
descubierto recreando la política desde lo social, rebasando en los hechos la
falaz división entre lo social y lo político.
Aún hay más. De
un modo no tan extendido, otro aspecto salió a flote con fuerza: la soberanía.
Un cierto sentido antiimperialista se dejó traslucir: “No queremos, y no nos da
la gana de ser una colonia norteamericana”. El fantasma del Plan Colombia, la
base norteamericana en Manta, el TLC, la intromisión evidente de la embajadora
estadounidense en cada aspecto medianamente importante de la política nacional.
También en el
plano de los actores hay cosas para resaltar: la presencia masiva de las
mujeres, la participación activa de los jóvenes; después de muchos años, pueden
verse ahora claras posibilidades de reconstrucción de movimientos juveniles.
Pero también la participación de las familias, la presencia de niños y de
ancianos.
Ahora bien, estos sentidos ya estaban presentes, de una o de otra manera, en las anteriores
movilizaciones. En el 2001, en el 2000, en 1997… y más atrás aún en las huelgas
de 1981 a 1983, especialmente en las de 1982. Así, pues, existe una continuidad
en las movilizaciones, aunque distintos sectores sociales las hayan producido o
encabezado, aunque las demandas iniciales hayan sido diferentes en cada caso.
Por supuesto:
una movilización así de masiva y espontánea no puede tener un único sentido, ni
sentidos de una sola clase. Fue un movimiento heterogéneo, variopinto, incluso
contradictorio. Diríamos más: justamente el peso preponderante de las clases
medias lo volvió aún más contradictorio.
Hemos resaltado
estos elementos, que apuntan en un sentido claro de resistencia y de
renovación. Pero también hubieron de los otros, los conservadores, incluso
reaccionarios: la conciencia media expresó también cierto racismo, incluso
racismo social, hubieron también discursos antipolíticos, se reprodujeron
comportamientos jerárquicos, de sustitución de la multitud en movimiento por
pequeños grupos, se presentaron sentimientos anti-izquierdistas; acá tuvimos
también a nuestros propios “antichavistas”[12].
Creemos, no
obstante, que estos últimos elementos no fueron los que mayoritariamente se
expresaron en el conjunto de la
movilización. Pero muestran con claridad que los forajidos, así, en bloque,
son un espejismo creado por la propia movilización. Lo real son los sentidos
contrapuestos que ellos expresaron.
Soluciones que nada solucionan
Gutiérrez cae
por fin el miércoles 20 de abril, tras una semana de intensa movilización
social. Cae a pesar de sus últimos intentos desesperados: cesar a la Corte
Suprema de Justicia, solicitar públicamente a Bucaram que abandone el país,
despedir al subsecretario de Bienestar Social; patadas de ahogado. Cae en medio
de un peligroso enfrentamiento civil, generado por su afán de protegerse del
pueblo utilizando como escudo a otro sector de pueblo. Las escaramuzas en los
puntos de entrada a la capital se trasladaron, andado el día, a las
inmediaciones del Ministerio de Bienestar Social: la televisión mostró allí
imágenes de personas que disparaban armas de fuego contra los manifestantes
tanto desde el edificio del ministerio cuanto desde la calle; y todo esto bajo
la pacífica mirada de la policía.
Pero seamos
claros: Gutiérrez cae el momento en que, hacia el mediodía, el comando conjunto
de las Fuerzas Armadas anuncia que ha decidido “retirarle al apoyo”. La
movilización fue importante, pero demasiado localizada, demasiado dispersa,
demasiado carente de organización como para por sí misma destronar al
“dictócrata”[13].
Ya no estamos en
dictadura, llevamos más de 25 años de democracia. Y sin embargo los militares
continúan siendo el voto dirimente. Ha sido así en cada crisis política seria,
independientemente de cómo se haya resuelto: a favor o en contra de los
gobernantes. Hurtado, en 1982, se quedó con el auxilio militar. Febres contó
también con su cobertura (y con la de la policía). Noboa también se sostuvo en
ellas en el 2001. Otra fue la suerte, en cambio de Bucaram, de Mahuad y, ahora
de Gutiérrez. Por lo tanto, han sido los militares los que, en cada caso,
terminaron imponiendo la sucesión. No ha de ser casualidad que tanto Gustavo
Noboa (vicepresidente de Mahuad en el momento de su caída) como Alfredo Palacio
(hasta recién nomás vicepresidente de Gutiérrez) hayan prestado juramento en el
ministerio de Defensa.
La otra gran
electora ha sido siempre la embajada norteamericana. Fue así cuando Bucaram y
cuando Mahuad. Volvió a ser así cuando Gutiérrez. Aún no se sabe bien cuál ha
sido su papel en esta ocasión, aunque ya habrá de saberse algún día. Mas vale
recordar que la embajadora se reunió con Gutiérrez a puerta cerrada en la
mañana del mismo día 20. Y vale recordar también que, más tarde, promovieron el
aislamiento del gobierno de Palacio (usando a la OEA) hasta que se desdijera de
las “apresuradas” declaraciones en torno al ALCA y al Plan Colombia, lo que
ocurrió tras una reunión con la embajadora imperial. Entonces todo volvió a la
calma.
En las crisis
anteriores el Congreso había jugado un papel relevante (o así parecía). Esta
vez su actuación fue del todo formal, absolutamente secundaria, sancionando
aquello que ya había ocurrido. Cuando el Congreso declara cesante al presidente
por presunto “abandono de cargo”, Gutiérrez ya estaba caído.
Ahora bien, los
actores que fijaron el libreto de la solución a la crisis política son actores
del establishment y de sus soportes.
Qué de raro puede tener, entonces, que en los días sucesivos el Congreso se
dedicara exclusivamente a componer el nuevo reparto de los poderes del estado,
un reparto que devolviera el control a la alianza PSC-ID; un reparto quizás un
poco más equitativo que al comienzo del gobierno, pero sustancialmente lo
mismo. Para ellos, eso había sido todo, ese había sido el único fin de lo
ocurrido: solucionar el conflicto inter-burgués, y contenerlo dentro de las
mismas instituciones. Si eso no coincide con el espíritu de la gente que se
manifestó, pues… qué importa.
Porque es claro:
no había un solo conflicto. En estos días salieron a la luz dos conflictos diferentes. Uno
enfrentaba a dos bloques diferentes de las clases dominantes. El otro enfrenta
a la mayoría de la sociedad con este sistema político de dominación. La
solución del uno no tiene nada que ver con la solución del otro. Eso ha
ocurrido en las crisis anteriores, que expresaban, de otro modo, la misma
coincidencia temporal de ambas conflictividades. Por ello la cuestión de fondo
ha quedado siempre irresuelta, y vuelve a saltar un poco más tarde, un poco más
allá. Tal vez en distintos escenarios, tal vez con distintos actores. Pero la
obra, en su raíz, es la misma.
Los dos
conflictos pueden expresarse al mismo tiempo, en el mismo lugar, pero no son
iguales, ni tienen mucha conexión entre ellos. No son iguales: al contrario, se
contradicen, se repelen. El conflicto entre los sectores dominantes, conflicto
económico y político, puede resolverse –todavía– en el ámbito y por las vías de
las instituciones. Sobre todo, puede resolverse sin generar demasiados
sobresaltos en la forma de dominación y en el régimen político. No es un
conflicto profundo, no cuestiona los fundamentos, sino que solamente dirime el
sector que obtendrá la parte del león en los repartos[14].
El otro
conflicto cuestiona justamente las formas en que esa dominación política se
produce; es decir, cuestiona, así sea de modo indirecto, también la dominación
de clase. Cuestiona, más propiamente, la hegemonía de la clase dominante. Y,
como hemos visto, ya no apunta solamente al predominio de uno u otro de los
sectores dominantes en pugna. “¡Fuera todos!” puede parecer ambiguo y difuso,
pero es un enorme avance. En sus momentos de mayor expresión (es decir, de
mayor movilización social) rebasa por completo y sin empacho los canales
institucionales, busca otras vías, otras construcciones de la política.
Creemos que esto
seguirá. Esta dualidad se ha instalado para rato. El empuje social no fue esta
vez tampoco suficiente para limpiar la casa. Pero ocurre que los grupos
dominantes (económicos y políticos) no alcanzan a comprender la profundidad de
lo que está en juego; creen que lo único que importa es aquello que a veces los
divide y a veces los hermana. Así que la resolución institucional, casi
circense, no está en capacidad de cerrar efectivamente el conflicto y
superarlo. Sólo revela que esta institucionalidad de estas clases dominantes no
puede ya subsumir duraderamente en sus conflictos internos los enteros
conflictos sociales.
[1] Sociólogo, investigador del Centro CIUDAD, Quito, Ecuador.
[2] “Forajidos” fue el término, él
esperaba que demoledor, utilizado por Gutiérrez para referirse a un pequeño
grupo de manifestantes que improvisó un escrache
frente a la casa en que vivían su esposa y sus hijas. A través de la radio, la
gente se apropió del término: “Yo también soy forajido”, “Todos somos
forajidos”. Gutiérrez, sin saberlo ni quererlo, contribuyó a cohesionar la
identidad de la movilización.
[3] Noboa fue presidente de la Junta
Monetaria del gobierno de Bucaram.
[4] Abdalá Bucaram, elegido presidente
en 1996, había sido defenestrado en febrero de 1997 en medio de multitudinarias
manifestaciones en todo el país, luego de haber concitado una oposición que
abarcaba prácticamente todo el espectro político y social. Las lenguas
memoriosas no dejaban de mencionar que Gutiérrez había sido entonces edecán de
Bucaram.
[5] La caracterización de la oposición
PSC-ID como la representación del establishment
político se la escuché a Franklin Ramírez en un conversatorio.
[6] Según la definición de François
Houtart (Hacia una sociedad civil
globalizada: la de abajo o la de arriba; en www.lafogata.org/debate/aiz_hacia.htm).
De algún modo en el mismo sentido
Ramírez habla de la “alta sociedad civil”.
[7] Como tuvo ocasión de comprobar el ex-presidente
Noboa (2000-2002), quien debió huir a República Dominicana. Si había o no
razones puramente legales, eso es otra cosa.
[8] A propósito de esto, Milton Benítez
trajo a colación el término otrora acuñado por Gunder Frank: la lumpenburguesía.
[9] Pero ocurre que también el
presidencialismo es puesto bajo la lupa. ¿Será el parlamentarismo una vía de
salida institucional a esta crisis, con la poca o nula legitimidad que tiene
hoy el Congreso?
[10] Hace no mucho tiempo hicimos una
encuesta en tres cantones, en la costa, en la sierra y en la amazonía. Una muy
amplia mayoría, entre el 70 y el 80%, consideraba que la democracia “funciona
sólo para los ricos y poderosos”.
[11] En el Ecuador, hasta hace unos
años, sólo se podía ser candidato si se era auspiciado por un partido político.
El descrédito de los partidos hizo creer que la solución era permitir la
participación de los no afiliados a partido alguno, los independientes. Pero
los partidos continuaron ganando las elecciones, y los “independientes” en
realidad se crearon a partir de las deserciones interesadas de algunos
diputados, que abandonaban sus partidos para pactar con los gobiernos de turno
a cambio de puestos y otras prebendas.
[12] Ya desde las marchas de Quito y
Guayaquil a inicios de año se manifestaron voces que identificaban a Gutiérrez
con Chávez: se oponían a Gutiérrez “para que no nos ocurra como a Venezuela”.
El equívoco es interesado o ignorante, por supuesto.
[13] Término utilizado por el propio
Gutiérrez. Según su leal saber y entender, significaba que era dictador para la
oligarquía y demócrata para el pueblo.
[14] Puede parecer anecdótico, pero
Álvaro Noboa, líder del PRIAN, está emparentado con diputados y dirigentes del
PRE, del PSC y de la ID.